- Serás
buena docente -le dijeron.
-Gracias,
ha sido un placer -contestó ella.
Realmente
lo había hecho bien. Incluso lo he hecho mejor que mis compañeros
de la facultad, pensó. Pero antes de salir un hombre entrado en años
con algunas canas en su cabello llamó su atención:
-María
Rodríguez. Por favor, acérquese.
Muerta
de miedo fue hacia la oscura sala del final del pasillo con tal de
averiguar qué diantres quería aquel hombre al que no conocía de
nada. Allí, le explicó que aunque estaba seguro de que sería una
buena profesora, habían habilitado un nuevo sistema que consistía
en la implantación de un microchip en el cerebro. Indoloro, por
supuesto. Que no se notaría a simple vista y que le proporcionaría
todos los conocimientos de su área o materia para explicar en sus
clases. María quedó alucinada. Después de haberse preparado la
fatídica prueba durante más de dos años, después de haber pasado
los nervios, estudiar toda la lengua y la literatura habida y por
haber... ahora le querían implantar un chip.
- Lo
cierto es que no hay negociación. Le dijo una mujer que se
encontraba en el mismo despacho que aquel hombre que la había
llamado.
-
Funciona del siguiente modo -apuntó el hombre. Te lo insertamos
ahora y podrás utilizarlo durante todo el curso escolar. Olvídate
de preparar clases, de buscar información, de pasar apuro ante tus
alumnos cuando no te acuerdes o conozcas algo. Ya verás que es una
auténtica maravilla. Cuando termine el curso, nos lo entregas y el
siguiente año tendrás otro. ¿No es maravilloso? El conocimiento
entero en esta cosita. -De su garganta salió una voz horrorosa al
pronunciar la palabra “cosita”.
Justo
al mes de haber superado su prueba de conocimientos, María comenzó
a impartir clases en un instituto cercano a su casa. Había escogido
ser profesora por vocación pero al entrar al centro se dio cuenta de
que no era su trabajo soñado. Tantos años estudiando para esto y
menuda decepción -pensó. Lo cierto es que el panorama era
desolador. Chicos y Chicas adictos a las pantallas. Teléfonos
móviles, tabletas y ordenadores portátiles por doquier. Nadie
hablaba con nadie, no saludaban ni daban las gracias. Todos caminaban
con sus auriculares puestos. El 90% de los bebés nacían mediante
reproducción asistida. Probablemente la comida ya no era lo que
había sido. Comían poco y mal. El plástico inundaba sus vidas y
los tóxicos afectaban a la fertilidad de las personas. Los padres no
podían hacerse cargo de sus hijos y al mes de vida los inscribían
en escuelas infantiles. Las jornadas laborales superaban las 12
horas. Los padres no dedicaban tiempo a sus hijos. Los niños crecían
solos y eso repercutía en sus estudios y en sus vidas. Las familias
habían desaparecido. Ahora, la familia que conocían eran sus
compañeros de clase, sus profesores; con quien más horas pasaban al
día.
Sonó
el timbre de cambio de clase y María se dispuso a impartir su
primera clase. Bien preparada con todos sus apuntes y el manual de la
asignatura. Entró diez minutos antes a clase para corroborar que
todos los medios funcionaban bien: proyector, ordenador, altavoces.
Luego pensó que todo aquello que hizo era absurdo. La tecnología
había avanzado tanto que la figura del profesor pasó a un lugar
secundario. Todos los conocimientos se encontraban al alcance de su
mano y a un golpe de clic.
Sin embargo, María tenía esperanza en volver a aquellos años en
los que ella había estudiado, donde alguien explicaba algo y todos
los demás escuchaban sus explicaciones boquiabiertos.
La
lección del día eran los pronombres personales. María comenzó
explicando, practicando, realizando ejercicios junto con sus alumnos.
De pronto, el microchip implantado comenzó a fallar. Los
conocimientos se empezaron a cruzar.
-
Los pronombres personales son aquellos que suelen referirse... Lope
de Vega el mayor y mejor dramaturgo del Siglo de Oro de las letras...
como los préstamos lingüísticos.
Los
alumnos no entendían nada. Alguien intentó levantar la mano y
preguntar pero María no cesaba en sus explicaciones. De pronto, cayó
al suelo y de su cabeza empezó a salir un poco de humo. Todos se
asustaron y salieron corriendo. Nadie avisó a nadie para que fuera a
ver qué ocurría.
-
Joder, eso le pasa por tanto estudiar – dijo un alumno.
Y
María quedó tendida en el suelo, explicando y explicando sin parar.
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